sábado, 23 de noviembre de 2013

Capítulo 11, segunda parte

CAPÍTULO 11, SEGUNDA PARTE
Sentí como una luz blanca bastante molesta impactaba contra mis parpados cerrados. La oscuridad a la que había estado sumida durante horas que se me hicieron interminables desapareció.
Me ladeé hacia un lado, intentando así evitar aquella luz tan insoportable. Pero nada de lo que hiciera parecía funcionar, ya que esta seguía ahí.
Solté un gruñido y empecé a abrir los ojos lentamente.
-Emily ya es suficiente.- dijo una voz grave familiar- Ya se está despertando.
La intensidad de la luz empezó a disminuir hasta hacerse soportable, lo que hizo que al fin pudiera abrir los ojos.
La primera imagen que capté fue la de los tres ángeles y los dos demonios mirándome fijamente. Emily estaba más cerca que los demás, y un destello de aquella luz blanca tan molesta asomaba por su espalda.
-¿Otra vez vosotros?- gruñí, mientras me dejaba caer en la cama de nuevo.
El demonio sonrió con superioridad.
-Buenos días bella durmiente.- dijo en tono burlón.
-¡Quieres dejar de llamarme así!- gruñí, mientras me tapaba los oídos con la almohada.
A pesar de que toda la sala estaba en silencio, aún quedaban en mi cabeza, rastros del terrible dolor de ayer.
-Cuando no te quedes inconsciente cada vez que recibas una pequeña tortura dejaré de llamarte así.- replicó el demonio.
-¿¡Pequeña tortura?!- grité, mientras me levantaba de la cama y me encaraba al demonio- ¡Casi me matas! ¡De pequeña tortura nada!
De repente Emily entró en la sala con un humeante plato de sopa en las manos. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había ido.
El olor de la comida se coló por mis fosas nasales, haciendo que la boca se me hiciera agua.
Emily se acercó a mí y me tendió el plato de sopa.
-Supuse que estarías hambrienta.- se explicó al ver mi expresión de sorpresa- No podemos dejar que te mueras de hambre, te necesitamos viva.
En el momento en el que el plato cayó en mis manos prové una cucharada con ansiedad. En cuanto la sopa chocó contra mi lengua noté un sabor extraño, con un toque picante.
Estaba tan hambrienta que no había pensado en la multitud de cosas que podrían haberle hecho a esa sopa.
-Emily... ¿Qué...qué le pasa a la sopa?- tartamudeé, mientras mis parpados empezaban a caer con intención de cerrarse.
-¿¡Emily?!- grité desesperadamente. Oía mi voz extrañamente lejana, como un eco que se repetía constantemente en mi cabeza.
Risas fue lo último que escuché, antes de que mis ojos se cerraran finalmente.
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Caí de golpe contra el suelo, provocando que una mueca de dolor se formara en mi rostro.
Examiné la sala en la que me encontraba. Era una habitación bastante amplia, de paredes de un tono rosa claro. Una cama se alzaba en el centro, un hermoso cabezal de madera la decoraba, dándole un toque elegante. Había altas estanterías repletas de libros y preciosos cuadros decorando las paredes. Aquella habitación se me hacía muy familiar, pero no acababa de recordar el porque.
De repente, advertí en que alguien acababa de tocar suavemente en la puerta, y una figura bajita entró en la habitación. Era Yian, la cocinera.
Ya entendía porque me sonaba tanto aquel lugar, ¡estaba en mi habitación del lugar en el que me había criado!
Yian me dedicó su habitual sonrisa alegre mientras se limpiaba las manos en su característico delantal de flores.
-Señorita, hay un apuesto joven preguntando por usted en la entrada.- dijo, mientras desaparecía por la puerta antes de que pudiera preguntarle quien era.
Me eché un pequeño vistazo en el espejo antes de bajar. El vestido rojo que había estado repleto de sangre la última vez que lo vi, ahora estaba totalmente limpio. Ninguna parte de mi cuerpo mostraba rastro alguno de la tortura a la que había sido sometida.
Estaba confusa, ya que no tenía ni idea de porque estaba allí, pero aún así, tenía mucha curiosidad por saber quien me llamaba, por lo que bajé al recibidor del castillo.
Me encontré a mis padres hablando en el salón. Bueno, mis padres adoptivos. Estos alzaron la cabeza en cuanto pasé por su lado, dedicándome una alegre sonrisa. Me detuve un momento en el salón, contemplándolos.
Todo parecía tan... Perfecto. Justo tal y como era mi vida antes de enterarme de quienes eran mis padres. Antes de saber, quien era yo realmente. Pero, ahora esa vida se me hacía lejana, y, de hecho, no la echaba de menos.
Llegué al recibidor y, mi sorpresa no pudo ser más grande cuando un par de ojos azules se posó en mí.
Si Erick ya era hermoso de por sí, hoy, vestido con un atuendo propio de un príncipe de cuento, lo estaba incluso más.
Su pelo estaba revuelto a causa del viento, y relucía bajo la luz del sol.
Este se acercó a mí con una amplia sonrisa y tomó mi mano, mientras dejaba un pequeño beso en ella.
-Estás hermosa.- dijo, sin apartar los ojos de mí.
Sentí como la sangre me subía a las mejillas, dejando un intenso rubor en estas.
-Gra...Gracias.- tartamudeé.
Este entrelazó su mano con la mía, mientras me guiaba fuera del castillo.
-No quiero que nos pasemos toda la tarde en el recibidor de tu castillo.- comentó, dejando una suave caricia en mi mano.
El rubor de mis mejillas aumentó. Era la primera vez que él me tocaba así.
-¿A dónde vamos?- le conseguí preguntar, tras estar unos segundos sin saber que decir.
Este giró la cabeza para mirarme, mostrando, una vez más, esa hermosa sonrisa suya, que hacía que sus mejillas adquirieran ese tono rosado tan adorable. Sacó algo de su bolsillo. Era un pañuelo. Y empezó a atármelo en los ojos. Pensé en quitármelo, pero era sumamente agradable el ligero roce de sus manos en mi piel mientras me lo colocaba.
-Quiero que sea una sorpresa.- susurró. El roce de sus labios en mi oreja hizo que todo mi cuerpo se estremeciera levemente.
Avancé unos pasos hacia delante, tropezando con una roca del suelo. Me habría caído si un par de fuertes brazos no me hubieran sujetado por la cintura antes de que esto pasase. Sentía como si un zoológico entero corriera a grandes zancadas por mi estómago, y mis mejillas enrojecieron a más no poder.
Si solo tocándome provocaba un huracán de sentimientos en mí, ¿qué pasaría si me besaba? Probablemente explotaría.
Quité esos pensamientos de mi mente.
" Ni que él fuera a besarme..." pensé, sin poder ocultar mi desilusión.
Sus manos se posaron en mi cintura con delicadeza, guiándome en la oscuridad.
-Te tendré agarrada para que no te caigas.- susurró, dejando una suave caricia en mi mejilla.
Sin verlo, podía notar la presencia de su cuerpo a mis espaldas. De vez en cuando la tela de su camisa chocaba contra mi espalda, provocando un leve estremecimiento por mi parte.
Después de unos minutos así, Erick se detuvo y quitó sus manos de mi cintura. Escuché como me rodeaba hasta ponerse justo enfrente mía. Sentía su aliento en mi cara mientras me desataba el pañuelo que me tapaba los ojos con delicadeza. Finalmente me lo quitó.
Después de tanto tiempo a oscuras, mis ojos agradecieron la visión del hermoso océano que eran los ojos de Erick. En cuanto mi mirada se cruzó con la de él, este sonrió, mientras sus ojos adquirían ese brillo tan especial.
Se apartó de mí, dándome una visión más amplia del lugar en el que estábamos.
Un enorme lago se situaba frente a nosotros, este estaba rodeado por altos pinos y algún que otro robusto roble. De vez en cuando se veían pequeños animales como conejos y ardillas revolotear de un lado al otro del llano.
Pero, lo que sin duda más me llamó la atención fueron las flores, que brillaban a más no poder bajo los potentes rayos del sol.
Yo me limitaba a contemplar el paisaje con la boca abierta, mirando de un lado a otro sin saber que decir.
Sentí como Erick entrelazaba sus dedos con los míos y dejaba un suave apretón en mi mano, llamando mi atención.
-Entonces... ¿Qué te parece?- preguntó pasándose una mano por el brillante pelo castaño.
Me quedé unos segundos sin habla, buscando las palabras adecuadas, pero estas no llegaban a mí, ya que ningún adjetivo me parecía lo suficientemente bueno para describir aquel lugar.
-Erick... Esto es... Hermoso.- respondí al fin, mientras me acercaba a aquellas flores tan brillantes.
Sentí su presencia a mis espaldas, mientras alargaba la mano para arrancar una de las flores. Se colocó frente a mí y posó la flor tras mi oreja, apartando mi largo cabello hacia un lado.
-Tú eres mucho más hermosa.- susurró haciendo que se me erizaran los pelos de la nuca.
Mi corazón empezó a latir con tal fuerza, que temí que se me saliera del pecho.
Él, a su vez, dio un paso más hacia mí, haciendo que la poca distancia que nos había separado hace unos segundos desapareciera.
Inclinó la cabeza, de manera que pensé que me iba a besar, pero sus labios aterrizaron en mi clavícula, dejando pequeños besos en ella. No pude evitar que de mi boca saliera un débil gemido en cuanto sus labios rozaron mi piel.
-Lena... Eres tan suave...- susurró con voz ronca mientras acariciaba mi clavícula con sus labios.
Aquello ya fue demasiado para mí, mi cuerpo empezó a experimentar sentimientos tan fuertes, que, pensé seriamente en si mi estómago explotaría.
Seguidamente sus besos empezaron a subir por mi cuello y sus brazos rodearon mi cintura, consiguiendo que mi cuerpo se pegara contra el suyo.
Rodeé mis brazos en su cuello y hundí mis dedos en su suave cabello castaño, mientras dejaba que él me besara.
Sus besos empezaron a subir, hasta que, finalmente llegaron a mi boca.
Sentía como si el mundo entero hubiera desaparecido y solo existiéramos él y yo. No pensé en lo que estaba haciendo. Ni en la manera misteriosa en la que había aparecido de repente en mi antiguo hogar. Simplemente lo besaba, entregándole toda mi alma.
Tuvimos que detenernos un momento para coger aire, momento que él aprovechó para pasar sus manos por debajo de mis piernas consiguiendo levantarme con facilidad. Le dediqué una pequeña risita, mientras echaba mis brazos a su cuello, apoyando mi cabeza contra su pecho.
Olía a lavanda.
El cuerpo de Erick empezó a envolverse en esa luz blanca cegadora tan molesta. Una vez desapareció, abrí los ojos, topándome con unas hermosas alas blancas que resplandecían bajo los rayos del sol.
Una pequeña pluma me acarició la mejilla, provocando que la sonrisa en mi rostro se ensanchara.
Alcé mi mano con intención de tocar las alas, pero antes, miré a Erick, como pidiéndole permiso. Este, asintió con la cabeza. Mi brazo continuó su trayectoria hacia sus alas, en cuanto mis manos rozaron una de sus plumas, noté como el cuerpo de Erick, se estremecía. Estuve durante unos minutos acariciando sus alas, haciendo que a Erick se le escapara un pequeño gemido que me hizo reír.
Entonces, empezó a batir sus alas, y nos alzamos del suelo. Me agarré con más fuerza a su cuello, mientras hundía la cabeza en su pecho.
-Tranquila.- susurró él en mi oreja- Yo nunca te dejaría caer.
El temor que había experimentado durante el despegue, se calmó en cuanto se estabilizó más el vuelo. Erick me llevaba de un lado a otro del gran bosque, explicándome el nombre de cada tipo de planta que nos encontrábamos.
Me sorprendió a mí misma lo mucho que me gustaba volar. Aquella sensación de libertad, el aire frío contra mi cara y el hermoso paisaje a mis pies. Todo era perfecto.
Tras un buen rato volando, Erick decidió que era hora de descansar, y aterrizó justo en el mismo lugar en el que habíamos despegado.
Una parte de mí se puso realmente triste en cuanto mis pies tocaron el suelo. Quería seguir volando. Pero no podía obligar a Erick a cargar conmigo todo el rato, eso sería muy egoísta por mi parte.
Entonces, el cielo que, hasta hace un segundo había estado despejado, se oscureció de golpe. Detecté una sombra moviéndose entre los árboles y, juraría haber visto que el arbusto donde se encontraban las hermosas flores se había movido, y no a causa del aire, precisamente.
Busqué la mano de Erick junto a mí, el calor de su cuerpo siempre hacia que me sintiera segura. Pero mis manos solo aferraron aire. Me giré y el corazón empezó a latirme con fuerza al ver que este, no estaba junto a mí.
-¿Buscas esto, mestiza?- dijo una voz grave.
Alcé la mirada al cielo, y de mi boca escapó un grito de horror. Un hombre de alas de fuego se suspendía en el aire, agarrando a Erick , del cuello, quien tenía el rostro totalmente rojo y la frente empapada de sudor. Lo peor de todo, era que aquel hombre no tenía rostro. Su cara era toda blanca, sin rastro de ojos, nariz o boca.
- ¡Erick!- grité, mientras mi cabeza empezaba a idear planes para llegar hasta él.
-A que esperas, ¡ven a por él!- dijo el hombre.
Este miró a Erick, quien empezó a sacudirse y soltó un grito de dolor que consiguió que mi corazón se hiciera trizas, como si fuera yo a la que estuvieran torturando.
Erick volvió la cabeza hacia mí, mirándome con sus hermosos ojos azules, los cuales estaban llenos de sufrimiento.
-Lena... Ayúdame...- dijo con dificultad.
Un torrente de energía se adueñó de todo mi cuerpo, mientras una luz dorada empezaba a formarse a mi alrededor.
Sentía una dolorosa opresión justo a la altura de los omóplatos.
" A la altura de las alas" pensé.
Mis alas querían salir. Erick me había pedido ayuda, y yo quería ayudarlo.
Pero entonces un pensamiento me detuvo antes de que pudiera dejarlas salir. ¿Desde cuándo Erick me pedía ayuda?
Lo conocía lo suficientemente bien para saber que él lo último que haría sería pedirme ayuda, sabiendo que mi vida podría estar en peligro.
La energía que me había invadido durante unos instantes desapareció.
Los gritos de sufrimiento del joven retumbaban en mi cabeza, pero los ignoré por completo.

Estaba convencida de una cosa, aquel chico de ojos azules al que había besado no era Erick.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Capítulo 11, primera parte

CAPÍTULO 11, PRIMERA PARTE
Emily empezó a caminar a paso rápido por los corredores, dando a entender que no quería estar cerca mía.
Pensé en la situación en la que me encontraba, estaba sola, no había nadie que me agarrara, podía intentarlo, podía escapar. Pero este pensamiento fue callado por esa vocecita que siempre conseguía echarme hacia atrás en todos mis planes.
" ¿Cómo narices piensas escaparte listilla? Estás en un edificio que desconoces." replicaba la voz" Además, por mucho que pudieras lograr escapar de Emily, algo que dudo, cualquiera de los otros podría alcanzarte".
Solté un suspiro y clavé la mirada en el suelo.
Aún no me hacía a la idea de que fuera a morir. Siempre esperé que mi muerte llegara de anciana, cuando toda mi vida hubiera estado hecha y adornada por un par de hermosos hijos que lloraran mi pérdida.
Una pequeña lágrima empezó a descender por mi mejilla. En cuanto me di cuenta me apresuré a secármela con la falda del vestido.
" Lena... ¿qué narices estás haciendo" me reprochaba la voz" Tienes que mantenerte fuerte, no dejes que te vean como alguien débil".
Aceleré el paso, colocándome al lado de Emily, quien formó una mueca de desaprovación en su rostro al verme.
-¿Para qué necesita vuestro jefe una pluma mía?- le pregunté, mientras me sujetaba las manos para disimular su temblor.
Esta vaciló durante unos segundos antes de responder.
-No es asunto tuyo.- respondió finalmente con frialdad.
Una media sonrisa se formó en mi rostro.
-Vamos, que no te lo ha dicho.- adiviné, alzando una ceja.
-El arcángel Miguel tendrá sus razones.- se apresuró a decir- Yo confío en él.
La forma en la que hablaba de ese tal Miguel me dio a entender que ella lo admiraba mucho.
Estuvimos unos minutos más en silencio. Solo el ruído de nuestras pisadas contra el suelo.
-Emily.- la llamé de nuevo.
Esta soltó un suspiro y giró la cabeza para mirarme.
-¿Qué quieres ahora?- dijo con brusquedad, mientras rodaba los ojos.
Decidí ignorar su último gesto y proseguir con normalidad.
-Simplemente me preguntaba, si los ángeles no pueden mentir, ¿cómo es que tú me mentiste durante tanto tiempo?
-Los ángeles no podemos mentir, pero, hay otras formas de hacerlo sin estar mintiendo realmente.- respondió esta.- Si uno se cree su propias mentiras de manera que las considera como algo verdadero, cuando las dices, realmente tu subconsciente lo considera como algo que es verdad. Es un truco que me enseñaron los demonios.
Un silencio volvió a aparecer entre nosotras. Deseé que aquel pasillo blanco no terminara nunca. Si algo tenía claro es que no quería volver con aquellos ángeles y demonios.
Me detuve de golpe, consiguiendo que Emily se parara también.
-Osea, consideráis una aberración que un ángel y un demonio se enamoren y tengan un hijo, pero en cambio, utilizar trucos de demonios y unirse a ellos es algo bueno.- dije, soltando al fin, todos los pensamientos que rondaban por mi cabeza.- Sinceramente, no os entiendo.
-Solamente nos hemos unido por esta vez para acabar contigo. En cuanto lo hayamos hecho, todo volverá a ser como antes. Seremos enemigos de nuevo.- replicó Emily.
-¿ De verdad creéis que todo volverá a ser como antes después del tiempo que habéis estado unidos? ¿Seréis capaces de luchar con aquellos a los que hace unos días considerábais vuestros compañeros? Pérmiteme dudarlo.
Observé como el rostro de Emily se volvía de un color rojo intenso.
-Mira, no estamos aquí para hablar de eso. Ponte el puto vestido y volvamos cuanto antes.- gruñó, mientras me señalaba uno de los vestuarios para que entrase.
Sonreí para mí misma. Había conseguido ponerla nerviosa, justo lo que quería.
Hay veces en las que las verdades pueden doler mucho más que una mentira.
-.-.-.-.-.-

Tardé apenas unos minutos en ponerme el vestido. Era largo con una falda adornada por voluminosos volantes. El apretado corsé hacía que mi pecho subiera, de manera que sobresalía un poco por el escote en forma de uve. El tener el pelo de un color rubio con reflejos dorados y la suave palidez de mi piel, contrastaba a la perfección con el rojo intenso del vestido. Sentía unas pequeñas rajas a la altura de los omóplatos, por donde debían salir las alas.
El camino de vuelta lo pasamos en silencio. Emily de vez en cuando me dirigía su habitual mirada fría, para comprobar que aún estaba ahí, que no me había escapado.
" Como si pudiera" pensé, mientras clavaba mi mirada en el suelo.
Sentía como la cabeza me daba vueltas. Por mucho que me costara admitirlo estaba asustada. Asustada de lo que esa panda de chiflados pudiera hacerme para conseguir que sacara mis alas.
Emily se paró en seco, y yo, que no la había visto, me choqué contra ella. Esta soltó una maldición, decidí ignorarla, normalmente me habría disculpado, pero tratándose de ella, no se merecía mis disculpas.
Me abrió la puerta y me hizo un gesto para que pasara yo primero, no sin antes lanzarme una mirada de odio.
En la sala se encontraban las mismas personas que antes. Los tres ángeles y los dos demonios.
Mi mirada se cruzó con la del ángel con pecas, quien se sonrojó y la apartó de inmediato.
El demonio me analizó de arriba a abajo con descaro mientras una sonrisa se formaba en su rostro, mostrando los dientes como un felino antes de atacar a su presa.
Visualicé una silla de madera en el centro de la sala. Había cuerdas colgando de ella en los reposabrazos y en las patas. Probablemente me atarían en ella.
El otro ángel de pelo rizado que había dicho ser el hijo de ese tal Miguel se aproximó a mí y me agarró la muñeca, guiándome hacia la silla.
-No face falta que me agarréis. Puedo ir yo solita.- dije, guiñándole un ojo al ángel con picardía.
Este se quedó estupefacto y, dejó caer la mano, dejándome libre. El demonio apartó al ángel de un empujón mientras me agarraba del brazo con menos sutileza que el anterior.
-Esta es una de las razones por las que los ángeles no podéis hacer esto sin nosotros.- comentó el demonio, mientras me ataba las manos y las piernas a la silla- Os dejáis llevar por una cara bonita.
Formé una sonrisa divertida en mi rostro.
-¿No te fías de mí?- le pregunté en tono burlón.
Este me devolvió la sonrisa y tras unos segundos en silencio contestó.
-Sabes que no, preciosa.-
Tras haberme atado a la silla se arrodilló en frente mía, clavando sus ojos marrones en mí.
-Bien... Empezaré por las buenas. Yo de ti lo hacía ahora, antes que tener que soportar toda la tortura.- prosiguió él- Saca tus alas.-ordenó.
Le sostení la mirada con indiferencia. No contesté al instante, si no que me quedé unos segundos callada, para que pensaran que estaba recapacitando la idea de hacer lo que ellos me pedían a la primera.
Pobres ingenuos...
-No.- respondí firmemente.
Entonces el demonio se levantó de su sitio, arremangándose la camiseta.
-Bien, tú lo has querido.-
En cuanto su mirada se posó en mí sentí como si numerosos clavos se me clavaran en la cabeza. Me agarré con fuerza a los reposabrazos de la silla, mientras me mordía la lengua para no gritar.
Conforme más tiempo pasaba más insoportable se hacía el dolor. La cabeza me acabaría estallando.
Entonces, sentí como algo descendía por mi cuello, giré la cabeza.
Sangre.
-¿¡Qué coño me estás haciendo?!- grité, mordiéndome la lengua con tal fuerza, que empezó a sangrar.
De repente todo el dolor cesó. La leve tensión a la que habían estado sometidos mis músculos disminuyó. No pude evitar soltar un suspiro de alivio. La sangre que descendía por mi cuello empezaba a secarse.
- Te daré otra oportunidad.- dijo el demonio, mientras caminaba a mi alrededor con despreocupación- Abre tus alas ya y te ahorrarás todo esto.
Me erguí en mi asiento con orgullo.
-No.- respondí de nuevo.
Entonces el dolor volvió, y ahora no solo en la cabeza, si no por todo el cuerpo. Esta vez no pude eviarlo. Un pequeño grito de dolor escapó por mi boca.
Sentía como cada una de las venas de mi cuerpo palpitaban. Sangre descendía por pequeñas aberturas en mis brazos, piernas y cuello. Mis manos se agarraban cada vez con más fuerza al reposabrazos. Alcé la mirada hacia el demonio, quien seguía clavando sus ojos en mí sin compasión. Pequeñas lágrimas empezaron a descender por mis mejillas, provocando que me pusiera furiosa conmigo misma. Me prometí que me mantendría fuerte, y en cambio ahora me estaba mostrando como alguien débil.
Pero, por mucho que mi cabeza me dijera que dejara de llorar, no podía. Aquella situación era superior a mí.
El dolor cesó de nuevo.
El demonio se arrodilló y limpió mis lágrimas con su dedo gordo, dejando una caricia en mi mejilla.
-Ya has visto lo que soy capaz de hacer.- susurró, cerca de mi oído.
Hice ademán de apartarlo de mí, pero entonces recordé que mis manos estaban atadas al reposabrazos.
Giré la cabeza. El acelerado latido de mi corazón me retumbaba en los oídos. Sentía mi respiración entrecortada.
-Podrías ahorrarte todo este dolor.- susurró con voz persuasiva en mi oído.- Todo.
Con los ojos llorosos, sangre seca que se me pegaba a mi cabello rubio y los dientes apretados, alcé la mirada y encaré al demonio.
-No.- respondí, con la voz temblorosa.
Este soltó gruñido y se apartó de mi bruscamente.
-Vas a ver lo que es sufrir pedazo de zorra.- escupió, mientras clavaba sus ojos en mí de nuevo.
Y entonces grité. Grité como nunca antes había gritado. El dolor anterior no era nada comparado con este.
Las lágrimas descendían aceleradamente por mi mejillas.
Empecé a sacudirme, haciendo fuerza para intentar soltarme del agarre de las cuerdas. Pero nada de lo que hiciera parecía calmar el dolor que me recorría todo el cuerpo y eso hacía que gritara de nuevo.
El ángel de pecas que había permanecido durante toda mi tortura en el marco de la puerta corrió hacia el demonio.
-¡Para ya!- gritaba, mientras lo sacudía- ¡La vas a matar!
El demonio se zafó del ángel golpeándolo con el brazo. En cuanto desvió su mirada de mí el dolor empezó a desaparecer poco a poco.
La demonia posó su mano en el hombro del demonio.
-Por mucho que me pese, Aahron, el pecas tiene razón, recuerda que la necesitamos viva.- dijo Jenn, intentando tranquilizar al demonio.
Este se llevó las manos a la cabeza, con el rostro rojo de ira.
-¡No funciona! ¡Nada funciona!- rugía el demonio.
-Tiene que haber una manera.- murmuró el ángel de pelo rizado- Simplemente...
-¡Cierra la puta boca!- le interrumpió el demonio mientras lo señalaba con el dedo acusadoramente.- Te gusta hablar y presumir de ser el hijo de quien eres, pero a la hora de actuar eres un cobarde. ¡Un puto cobarde!- escupió, dejando al ángel estupefacto.
Seguidamente empezaron a discutir, pero yo apenas les hacía caso. Las voces retumbaban contra mis oídos mientras sentía el acelerado latido de mi corazón más de lo normal.
La sangre descendía por mis brazos como pequeños riachuelos sin fin. Y, lo mejor de todo, es que nada de esto me importaba. Tan solo quería morirme y acabar con esa tortura de una vez por todas. Apostaba a que el mundo de los muertos me trataría mucho mejor de lo que lo había hecho este.
Empezaron a pesarme los ojos, intenté mantenerme despierta, pero fue entonces cuando la oscuridad se adueñó de todo el lugar, y no pude hacer nada para volver.
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Aquella constante oscuridad empezó a tomar forma, transformándose en una habitación que me resultaba muy familiar. Lo primero que mis ojos captaron fue al chico de pelo castaño y hermosa mirada de ojos azules. Erick.
Parecía nervioso, andaba de un lado a otro de la habitación, llevándose las manos a la cabeza con desesperación.
-¿Seguro que no la has visto?- preguntó al chico de mirada amarillenta.
James se hallaba apoyado en la pared de brazos cruzados. Había algo diferente en él. Estaba tenso, algo para nada habitual en su actitud despreocupada.
-Ya me lo has preguntado más de cinco veces.- respondió el chico rodando los ojos- Y la respuesta sigue siendo la misma que hace un minuto. Ya te he dicho todo lo que sabía, la última vez que la vi fue hace dos días.
Erick frunció el ceño, mientras murmuraba cosas para sí mismo.
-Menuda bronca nos va a caer...-comentó el demonio- Nuestra única misión era procurar que no le pasara nada y la hemos cagado. Los de la A.P.U nos van a matar.
Erick se giró de golpe, fulminando a James con su mirada de ojos azules.
-¿¡La A.P.U?! ¡La A.P.U puede irse a la mierda!- explotó el ángel- Alguien se ha llevado a Lena. Podrían estar... Torturandola o... Obligándole ha hacer algo que ella no quiere o... Incluso podrían estar matándola ahora mismo... Y todo por mi culpa... Debería haber estado con ella, yo...
James le interrumpió antes de que pudiera continuar.
-¡Te quieres callar de una puñetera vez! Lamentándote como una nenaza no vas a conseguir nada. Tenemos que actuar.
-¿Y cómo piensas ''actuar'' listillo? Oh, ¡ya sé! Preguntemos a la primera persona que pase por Lena, seguro que sabe donde está. La rescataremos y viviremos felices para siempre.- ironizó el moreno, rodando los ojos.
Quería gritarles que estaba allí mismo, junto a ellos. Pero por muchos esfuerzos que hacía, las palabras no salían por mi boca.
Entonces, justo cuando James y Erick salieron discutiendo por la puerta, la escena cambio.
Aquella oscuridad volvió, y empezó a tomar forma de gran salón de paredes rojas adornado por una enorme lámpara de araña.
Sentado en un sofá color café se encontraba un hombre de mediana edad, cruzado de brazos y mirando con severidad a dos apuestos jóvenes que conocía de sobra. James y Erick.
-¿Tenéis idea de que en una misión tan simple como proteger a la chica habéis fracasado?- les preguntaba el hombre, mirándolos con dureza.
Ambos jóvenes asintieron con la cabeza cabizbajos. Incluso James, que solía mostrarse más rebelde en estas situaciones, no se atrevía a cuestionar las palabras del hombre.
-Señor... Tiene... Tiene que haber alguna manera para encontrarla.- murmuró Erick con nerviosismo- Usted tiene contactos en zonas enemigas, podría enviarles un mensaje para que investigaran por si Lena estuviera allí.
El hombre se quedó unos segundos en silencio, moviendo su copa de vino, de manera que el líquido subía y bajaba.
-¿Tienes idea de dónde podría tenerla tu padre?- preguntó dirigiéndose a Erick- Tú eres la persona más cercana a Miguel que conocemos y...
El jóven de ojos azules le interrumpió antes de que pudiera contestar. Advertí en que su rostro se ensombreció en cuanto el hombre mencionó a su padre.

- Ese hombre no es mi padre.- respondió con sequedad- Dejó de serlo hace mucho tiempo.