martes, 24 de diciembre de 2013

Capítulo 13, primera parte

CAPÍTULO 13: PRIMERA PARTE
Miré a Erick fijamente durante unos segundos y, seguidamente carraspeé, dando a entender que iba a decir algo. Este se separó de la pared para sentarse en una silla enfrente de la mía.
-Bien. Probablemente debes de estar preguntándote porque te he llamado.- comencé- El caso es, que una idea lleva rondando por mi cabeza todo el día y, sé que lo más seguro es que no estés de acuerdo, pero...
-Ve al grano.- me interrumpió Erick alzando una ceja.
-Pues verás. Quiero ir a la academia a despedirme de Naomi y Christian.- Erick abrió la boca para replicar, pero hablé antes de que él pudiera hacerlo- Sé que vas a decir que no, y que es demasiado peligroso después de lo ocurrido con Emily y blablabla- me apresuré a añadir- Pero quiero que me escuches antes de negarte rotundamente.- el ángel cerró la boca y se cruzó de brazos, esperando a que hablara- Tengo la impresión de que estaré en este refugio por mucho tiempo y no regresaré a la academia. Me gustaría poder hablar con ellos y, por lo menos, darles una explicación, aunque sea mentira, de mi repentina huida.
Erick se llevó la mano a la cabeza, sacudiéndose el pelo. Un gesto habitual en él cuando no sabía que hacer.
-Nosotros podemos encargarnos de eso.- respondió el ángel, mirándome a los ojos- Podemos mandar a demonios que se metan en las cabezas del director de la escuela y tus amigos. Inventarán una razón por la que te hayas marchado de la academia. Nadie sospechará nada.
-Erick, sabes perfectamente que eso no es lo que yo quiero.- repliqué- Ellos fueron como una especie de familia para mí mientras estuve en la academia. Me gustaría poder verlos una última vez.- susurré- Por favor.
Este giró la cabeza hacia un lado y se mordió el labio inferior, tras unos segundos, volvió a mirarme, soltando un suspiro.
-No sé como lo haces.- murmuró.
-¿Hacer el qué?- pregunté, frunciendo el ceño extrañada.
Este resopló, alzando sus ojos azules hacia el techo.
-Convencerme.- respondió- Con unas palabras tiernas y cara de pena siempre consigues que me derrita.- bromeó él.
Me encogí de hombros, mientras una sonrisa de triunfo se formaba en mi rostro.
-El poder femenino es lo que tiene.- dije.- Entonces, ¿vas a acompañarme a la academia o no?
-Como sé que, aunque ahora me negase, tarde o temprano conseguirías convencerme, está bien, te acompañaré.- dijo, rodando los ojos mientras se levantaba de la silla.
-Voy a ponerme un vestido.- dije, mientras le abría la puerta de mi habitación cortésmente- Te espero en el salón principal dentro de una hora.
    ***

Puntual como un reloj, allí estaba él. El cabello castaño le caía a mechones desordenados sobre la cara. Sus oscuras y largas pestañas creaban una pequeña sombra en sus hermosos ojos azules, que me observaban como si fuera la única persona en la sala. Vestía una casual camisa blanca, arremangada por los codos, acompañada con unos pantalones negros y un par de zapatos del mismo color.
Le hice un gesto con la cabeza, y, en silencio, salimos del refugio. Una vez fuera, puso una mano en mi hombro, provocando que yo me girara para mirarlo. Este clavó sus ojos azules en mí fijamente.
-Si quieres que te lleve a la academia, tienes que prometerme algo. No permaneceremos más de 1 hora allí, por lo que procura no entretenerte con tus despedidas.- dijo seriamente- Y, por supuesto, ni se te pase por la cabeza utilizar tus poderes mientras estemos allí, ya que cualquier ángel o demonio podría localizarnos. ¿Entendido?
Asentí con la cabeza, mostrándome conforme con el plan.
-Una cosa más.- dijo el ángel- Cuando estemos allí te estaré vigilando de lejos. Tus amigos no me verán. La única que podrá verme eres tú.- tras decir estas palabras, Erick se alejó unos pasos de mí.- Yo de ti me apartaba, sé que te molesta la luz blanca que emiten nuestras alas cuando las sacamos.
Di unos pasos hacia atrás y me di la vuelta, cerrando los ojos.
Tras unos minutos en silencio sentí una presencia a mis espaldas y una pequeña pluma que me rozaba la mejilla.
-Ya te puedes girar.- susurró Erick cerca de mi oído de manera que su suave aliento chocó contra mi cuello desnudo.
Me di la vuelta, acabando a escasos centímetros del ángel de ojos azules. Un pequeño hormigueo se formó en mi estómago. Lo tenía tan cerca, que, con solo alargar el brazo unos centímetros podría acariciar sus blanquecinas alas. Me entraron unas tremendas ganas de hacerlo.
-¿Có...Cómo vas a llevarme a la academia?- balbuceé, desviando la mirada hacia un lado.
Este formó una media sonrisa en su rostro.
-Volando, ¿no es obvio?- dijo, alzando una ceja.
Me regañé a mí misma por hacer preguntas tan tontas. Siempre que me ponía nerviosa acababa soltando alguna tontería.
Erick entrelazó sus dedos con los míos y me atrajo hacia él. Estaba tan sumamente cerca, que su nariz rozaba mi frente.
-Pon tus pies sobre los míos.- susurró, cerca de mi oído.
Asentí con la cabeza, y así hice.
-¿Cómo piensas...?- no me dio tiempo a terminar la frase, ya que empezó a batir sus alas fuertemente, provocando que comenzáramos a ascender.
Estuve a punto de caer, pero entonces él me rodeo por la cintura, atrayéndome hacia sí mismo. Me aferré con fuerza a su camisa y undí la cabeza en su pecho.
-Ya estamos estables.- dijo Erick, de manera que decidí despegar mi cabeza de su camisa.
Me atreví a mirar hacia abajo. El refugio de la APU parecía una pequeña casita de muñecas desde tan alto. Los árboles, eran como puntitos verdes esparcidos en un lienzo.
El aire fresco golpeándome en la cara y la sensación de altitud me hacía sentir ligera y libre como un pájaro.
-Esto es increíble.- murmuré.
-No mires solo hacia abajo.- susurró él, mientras alzaba la mirada al cielo lleno de estrellas.
Hice lo mismo que él, admirando el suave brillo de las estrellas y la ténue luz que emitía la luna llena.
-En momentos como este me da por pensar. El universo, el mar, la tierra, el agua, el fuego, los seres vivos... Todo, cosas creadas por Dios. Y yo me pregunto, ¿por qué crear un mundo que luego va estar lleno de caos, destrucción e injusticias?
-Por el amor.- contesté, clavando mi mirada en sus ojos azules.- Pequeños momentos de amor, hacen que toda la destrucción desaparezca durante unos instantes. El amor nos hace fuertes y nos ayuda en los peores momentos.
-Probablemente tengas razón.- dijo Erick, mientras volvía a alzar la mirada al cielo.
-¿Alguna vez lo has visto?- le pregunté- A Dios, quiero decir.- añadí rápidamente.
-Solo los arcángeles tienen el honor de verlo. Yo solo soy un simple ángel guardián.- murmuró- Debería ser un arcángel, pero, después del... Incidente, dudo que lo sea.
-¿Qué incidente?- me apresuré a preguntar.
Este clavó la mirada en un punto detrás de mí, ignorando por completo mi pregunta.
-Ya hemos llegado.- comentó.
Decidí no sacar más el tema, ya que lo más probable es que lo volviera a evitar, como acababa de hacer.
Tras unos instantes de despegue, mis pies tocaron al fin tierra firme.
Eché en falta la sensación de libertad que había experimentado unos segundos atrás.
Miré a Erick, quien me hizo un gesto con la cabeza indicándome que empezara a andar, que él iría detrás mía.
Me adentré en la academia, sintiéndome repentinamente nerviosa. Alcé la mirada hacia el enorme reloj que se alzaba en la pared de la entrada. Eran las tres de la tarde, por lo que deberían estar comiendo.
Me dirigí a grandes zancadas hacia el comedor principal. No podía perder tiempo, tan solo tenía una hora. Sentí la presencia de Erick tras de mí, como si fuera una especie de escudo protector.
" Mi ángel guardián" pensé, provocando que una pequeña sonrisa se formara en mi rostro.
Finalmente llegué al comedor, frené bruscamente, haciendo que casi tropezara con el dobladillo de mi vestido. Sentí como alguien reprimía una risa a mis espaldas.
Fulminé al joven de ojos azules con la mirada, quien hacía tremendos esfuerzos por no soltar una carcajada.
-No tiene gracia idiota.- entonces me di cuenta de que la gente no podía ver a Erick.
" Genial, ahora la gente pensará que estoy loca" pesé, mientras me adentraba en el comedor, buscando a Christian y Naomi con la mirada.
Finalmente los encontré. Ambos hermanos comían en una mesa algo apartada del resto.
Me acerqué a ellos con nerviosismo, secándome mis sudorosas manos en la falda del vestido. No sabía que iba a decirles cuando me encontrara contra ellos. Llevaba todo el camino pensando en eso, y elaborando un pequeño guión en mi cabeza.
En cuanto me encontré frente a ellos, todas mis ideas se esfumaron de golpe.
-Hola.- saludé timidamente.
Estos alzaron la mirada de su plato de macarrones. En cuanto sus ojos se toparon con los míos, sus rostros cambiaron por completo, adquiriendo una expresión de sorpresa mezclada con felicidad.
-¡Lena!- dijeron mientras se levantaban de golpe a abrazarme.
Una vez terminaron de asfixiarme se apartaron de mí. Analizándome de arriba a abajo.
-Estás rara.- comentó Naomi- ¿Has estado haciendo ejercicio, o algo así? Pareces más fuerte.
-Tus ojos, han cambiado.- añadió Christian, frunciendo el ceño.- Antes tenían pequeñas manchas marrones, en cambio ahora, son totalmente verdes.
-Apenas me había dado cuenta.- dije, encogiéndome de hombros con una sonrisa.
-Lena... ¿Por qué estuviste una semana desaparecida?- preguntó Naomi.
Tragué saliva, mientras mi cerebro empezaba a elaborar una respuesta rápida que sonara natural. En momentos como este, agradecía mi parte demoniaca.
-Estuve toda la semana preparando el equipaje y ayudando a mis padres a dejar la casa lista.- contesté- Vamos a mudarnos a la costa de Nordreach. Mis tíos residen allí, por lo que nos quedaremos en su castillo.- gracias a mis dotes de actriz, conseguí que mi voz sonara triste- Hoy he venido para despedirme de vosotros.
-¡Lena no puedes irte! Yo...Esto, nosotros te necesitamos.- exclamó Christian.
-Voy a echarte mucho de menos.- dijo Naomi, abrazándome.
Sentí algo húmedo en la manga de mi vestido.
-Oh Naomi, ¡no llores anda!- dije, mientras le tendía una servilleta para que se secara las lágrimas.
Esta se apartó de mí, y aceptó la servilleta dedicándome una pequeña sonrisa.
-Voy al baño chicos, ahora vuelvo.- se excusó Naomi, fundiéndose entre la multitud de estudiantes.
Me volví hacia Christian. Sus ojos color miel brillaban a causa de las lágrimas comprimidas.
-Christian tú también no...- murmuré, mientras sentía como mi corazón se hacía trizas.
Iba a dejar a mis amigos. Y propablemente no los volvería a ver.
-¿De verdad te vas?- preguntó él débilmente, como esperando a que yo le dijera que todo había sido una broma.
Asentí con la cabeza sintiendo como mis lágrimas amenazaban con salir al exterior.
Noté como Christian, frente a mí, tragaba saliva y avanzaba un paso hacia mí con nerviosismo.
-Lena... Hay, algo que llevaba mucho tiempo queriendo decirte.- comenzó este, frotándose las manos con incertidumbre- Probablemente no sea el mejor momento para hacerlo ya que bueno, tú te vas a ir, pero si no lo hago ahora, sé que no me lo perdonaré jamás.-
Fruncí el ceño mirándolo con curiosidad.
-Christian, ¿qué pasa?- le pregunté preocupada, esperando a recibir una mala noticia por su parte.
-Verás Lena, desde la primera vez que entraste por la puerta de la academia me llamaste la atención. Tu largo cabello dorado contrastado con esos hermosos ojos verdes no pasaron inadvertidos para muchos, incluyéndome a mí. Al principio solo sentía una pequeña atracción hacia a ti, probablemente debida a la hermosura que desprendía todo tu ser, pero luego todo cambio.- se detuvo durante unos instantes, cogiendo aire- Naomi había desaparecido. Te comportaste realmente bien conmigo, ofreciéndome tu apoyo en todo momento. Y ahí fue cuando me di cuenta de que, no solo eres hermosa por fuera, si no que también, por dentro.- el joven de ojos color miel se llevó la mano a la cabeza con nerviosismo.- Lo siento, yo... Probablemente te esté aburriendo. Lo que quería decirte es que... Lena, estoy enamorado de ti.
Abrí la boca para contestar, pero las palabras no querían salir por ella. Sentía mi garganta seca.
Mis ojos, abiertos de par en par, miraban al joven que acababa de confesar sus sentimientos hacia mí, aún sin poder asimilar del todo sus palabras.
Christian a su vez, apretaba los labios cruzado de brazos, esperando una respuesta por mi parte. Pero, ¿qué podía decirle? Él era un buen chico y le tenía una gran estima, pero nunca lo había visto de esa forma, él era como una especie de hermano para mí.
" Lena, estoy enamorado de ti" sus últimas palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez.
Me llevé las manos a la cabeza, secándome las gotas de sudor que empezaban a descender por mi frente.
-Si tú no sientes lo mismo, simplemente dilo.- dijo Christian mirándome a los ojos seriamente- No soporto que estés callada, me mata por dentro que no me respondas.
Finalmente recobré el habla.
-Tú... Es decir tú...- balbuceé-¡No puedes estar enamorado de mí! Christian, tú mereces a alguien mejor que yo.
-No lo entiendes, ¿verdad? Yo no quiero a alguien mejor, yo te quiero a ti.- respondió este.
Pude ver la ternura reflejada en sus ojos color miel. ¿Cómo es que nunca me había dado cuenta de lo que él sentía por mí?
Ahora que lo miraba a los ojos, me parecía tan evidente, que me hacía sentir estúpida, el haber estado ciega durante tanto tiempo.
Solo había una manera de solucionar esto evitándome el tener que romperle el corazón.
Lo miré a los ojos, mientras una lágrima de culpabilidad descendía por mi mejilla. Volví a sentir esa sensación de oscuridad cada vez más familiar adueñarse de mi mirada.
-Nunca has estado enamorado de mí.- dije, con voz persuasiva- Me ves como a una amiga.
Este asintió con la cabeza automáticamente como si se tratara de un robot. Una lágrima más escapó de mis ojos.
-Nunca he estado enamorado de ti. Eres solo mi amiga.- repitió.
En cuanto terminé de hacer esto, sentí la presencia de Erick a mis espaldas y me giré rápidamente.
-¡Lena! ¿¡Por qué lo has hecho!?- dijo este, furioso.
-¿Qué pasa?- pregunté extrañada.
Justamente en ese instante Naomi regreso del baño.
-¿Qué pasa con qué?- preguntó esta, frunciendo el ceño.
Miré a Erick, mientras mi cabeza comenzaba a elaborar una respuesta rápida.
-¡Te dije que no utilizaras tus poderes!- dijo este, andando de un lado a otro con nerviosismo- ¡Tenemos que salir de aquí ya!
Me di una palmada en la frente, sintiéndome imbécil. Había estado tan preocupada por no herir los sentimientos de Christian que había olvidado por completo una de las condiciones de Erick para venir: no utilizar mis poderes.
-Pasa que... Me tengo que ir.- dije rápidamente- ¡Adiós!

Dicho esto eché a correr, sintiendo como Naomi, a mis espaldas, pronunciaba mi nombre una y otra vez.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Capítulo 12, segunda parte

CAPÍTULO 12, SEGUNDA PARTE
Cogí el conjunto de pantalón y camiseta de tirantes negro que había encima de mi cama. Un cinturón del mismo color con muchos bolsillos y cintas se encontraba extendido en mi silla. Probablemente sería para guardar las armas.
Recuerdo mi sorpresa cuando a Wen y Heliah se les ocurrió la idea de empezar a entrenarme.
"Tiene que aprender a defenderse", dijeron.
Para mí al principio fue extraño, me había criado en un ambiente donde las funciones de la mujer consistían en complacer a su marido y realizar las tareas domésticas, nada de luchar o aprender a defenderse. En ángeles y demonios esto es distinto, las mujeres pueden luchar tan bien como los hombres, y no están obligadas a hacer las tareas domésticas durante todo el día. De hecho, van a entrenarme dos chicas, Gabriella y Eren. Menudas caras pusieron James y Erick cuando se enteraron de que ellos solo se encargarían de supervisar el entrenamiento de vez en cuando. Según Heliah, si me entrenan mujeres me centraré más. Probablemente tenga razón.
Una vez puesto el traje de entrenamiento, me dispuse a echarme un rápido vistazo en el espejo.
Era raro. Ese atuendo se ajustaba a partes de mi cuerpo que normalmente con un vestido pasarían desapercibidas. Me gustaba como el negro contrastaba con mi piel pálida. En el espejo se encontraba el reflejo de una joven valiente, decidida, luchadora y eso me encantaba.
Salí de mi habitación y me dirigí hacia la sala de entrenamiento. Por el camino me topé con Erick y James. Estos me recorrieron de arriba a abajo con la mirada. James sonrió con descaro, mientras que Erick se sonrojó y apartó rápidamente la mirada de mis piernas para mirarme a los ojos.
Sonreí satisfecha, por una vez era yo la que les hacía sonrojar a ellos. Me giré dispuesta a continuar mi camino, cuando me encontré con Gabriella, quien me dirigía una sonrisa amistosa.
Me reuní con ella y la saludé. Antes de continuar nuestro camino, me giré para despedirme de James y Erick. Estos al ver que me giraba, apartaron la mirada de mis piernas para despedirse de mí y se internaron rápidamente en una de las habitaciones.
" ¿Me estaban mirando el trasero?" pensé, mientras seguía a Gabriella por los largos corredores.
Esta rompió el silencio soltando una risita.
-¡Dios mío! ¿Has visto cómo te miraban? Tendrías que haber visto como los dos idiotas aprovechaban para mirarte el trasero cuando estabas de espaldas.- las palabras del ángel confirmaron mis pensamientos.
-No creo que ellos...- murmuré, algo incómoda.
-No digas tonterías. Tendrías que verte ahora mismo, el traje te sienta realmente bien. Estás más sexy y todo.- me interrumpió el ángel, dándome un codazo amistoso.- Ahora conocerás a Eren. Ella al principio puede que te parezca algo borde. Lo que le pasa es que es tímida, con el tiempo su carácter se suavizará, créeme.
-Mmm... Vale...- dije , mientras entrábamos al fin, a la sala de entrenamiento.
Era una enorme habitación.
La pared del fondo estaba recubierta de arriba a abajo por armas de colores vivos, grandes espadas, brillantes cuchillos de mangos dorados, arcos con flechas de punta afilada,etc.
Una joven pelirroja con el cabello recogido en una trenza se encontraba en el centro de la sala. Su mirada se oscurecía mientras apuntaba a la diana, no le temblaba la mano mientras sujetaba el cuchillo y, con una increíble precisión, acertaba de lleno en el centro.
Contemplé alucinada como lanzaba un cuchillo tras otro y siempre acertaba en el centro de la diana.
Gabriella, a mi lado, carraspeó, haciendo que la joven mirara a su compañera con hostilidad, enfadada de que la interrumpieran.
-¿Qué?- gruñó, sin soltar el cuchillo.
-Tenemos que entrenar a Lena, ¿no lo recuerdas?- dijo, mientras se cruzaba de brazos plantándole cara a su amiga.
Me sorprendió que, a pesar de la forma en la que le hablaba Eren, Gabriella seguía mirándola con ternura. Debían de estar muy unidas.
-Ah...- dijo Eren con desinterés, mientras tiraba el cuchillo de espaldas, acertando de nuevo, en el centro de la diana.
-¿Cómo lo haces?- le pregunté, con curiosidad.
-Coges el cuchillo y lo lanzas. Fin.- dijo, hablando despacio, como si yo fuera una especie de retrasada mental.
Apreté los puños y me mordí la lengua para no contestarle. Aquella tipa tenía bastante genio y no conseguiría nada siguiéndole el juego.
-Venga Eren no seas así.- le regañó Gabriella.
-¿Qué no sea así? Si James y Erick tuvieran dos dedos de frente y supieran controlar sus necesidades masculinas al estar cerca de una chica, no haría falta que nosotras estuviéramos aquí malgastando nuestro tiempo.- gruñó Eren cruzándose de brazos.
Ahí ya sí que no pude aguantar más y contesté, a pesar de la mirada de Gabriella, que me suplicaba que no le hiciera caso.
-Mira, a mí tampoco me hace ninguna gracia que una borde de mierda me tenga que entrenar y, sinceramente preferiría que fueran James o Erick quienes lo hicieran. A si que, deja de comportarte como una cría y empecemos a entrenar de una vez. Cuanto más rápido, menos "malgastarás" tu preciado tiempo.- le respondí con frialdad, clavando mi mirada en sus grandes ojos grises, que me contemplaban con sorpresa.
-Está bien, empecemos.- dijo, ignorando por completo mi contestación anterior.
Oí como Gabriella, a mi lado, soltaba un suspiro de alivio.
-Bueno, Eren y yo hemos oído que un demonio te torturo, con solo mirarte, ¿es eso cierto?- asentí con la cabeza- Bien.- prosiguió Gabriella.- A esto lo llamamos "tortura mental", los demonios son expertos en eso.
-Entonces, ¿los demonios pueden torturaros cuándo les plazca con tan solo miraros?- pregunté alarmada.
-Exacto. Por eso, los ángeles creamos una especie de escudo "anti-torturas" en nuestra mente, por llamarlo así. Y eso, es lo que te queremos enseñar hoy.- explicó Gabriella.- Con este escudo ningún demonio podrá controlar tu mente o torturarte. Pensamos que sería apropiado empezar enseñándote esto, debido a lo que te ocurrió.- murmuró- Pero si no quieres, podemos...
-¡No!- le interrumpí antes de que pudiera continuar.- Me parece bien que empecemos con eso.
Eren, al lado de Gabriella, sonrió maliciosamente mientras estiraba los dedos de las manos. Un leve resplandor travieso relució en su mirada de ojos grises.
-Lo que voy a disfrutar con esto.- comentó.
Gabriella se giró y la miró cruzándose de brazos.
-Ni se te ocurra aprovecharte de la situación.- le advirtió, utilizando un tono serio bastante raro en alguien tan alegre como ella.
Eren mantuvo la mirada fija en su amiga durante unos segundos, seguidamente se dirigió hacia mí y me indicó que me sentara en una silla que se encontraba en el centro de la sala de entrenamiento.
Le dirigí una rápida mirada a Gabriella, no muy segura de si debía fiarme de las palabras de su compañera, pero esta asintió con la cabeza, de manera que me senté en la silla.
Gabriella se situó detrás mía.
-Vamos a hacer una pequeña prueba. Eren va a intentar torturarte. Tú, se lo vas a impedir.- la voz de Gabriella resonaba por toda la estancia, que estaba sumida en un completo silencio- Cuando empiece la tortura, sentirás unos fuertes pinchazos en la cabeza, mientras imágenes de tus seres queridos en peligro aparecerán en tu mente. Gritarán tu nombre, patalearán, llorarán, pero debes ignorarlos, poner tu mente en blanco y repetirte a ti misma una y otra vez que no es real, que solo son simples ilusiones de tu cabeza. Una vez conseguida la parte más difícil- prosiguió el ángel- Sentirás como un escudo se forma en tu mente. Déjalo fluir, expandirse libremente. Y entonces, todo el dolor cesará. ¿Lo has entendido?
Asentí con la cabeza algo insegura.
-Bien.- Gabriella miró a Eren- No seas muy dura con ella, torturalá lo más suave que puedas.
Esta formó una media sonrisa en su rostro que hizo que se me erizaran los pelos de la nuca.
-Como desee.- dijo, con una pizca de sarcasmo en su tono de voz.
Mientras se inclinaba acercándose a mí, cerré los ojos con fuerza, quizás así conseguiría concentrarme mejor en mi cometido.
Entonces el dolor llegó. Sentía una sensación de ardor por todo el cuerpo, acompañada por los insoportables pinchazos en la cabeza.
Apreté los dientes con fuerza, concentrándome en mi cabeza.
De pronto, empezaron a aparecer horribles imágenes en mi mente.
Erick, ahorcado, con todo el cuerpo bañado en sangre.
James, clavándose él mismo un cuchillo en el estómago.
Naomi, sacudiéndose de un lado a otro vomitando sangre.
Christian, cayendo de lleno en unas afiladas rocas a orillas del mar.
Y, por último yo, siendo asesinada a manos de una persona con alas de fuego sin rostro.
Entonces, no pude evitar que de mi boca escapara un débil sollozo. Todas aquellas imágenes se repetían una y otra vez en mi cabeza, acompañadas de aquel constante dolor por todo mi cuerpo. Sentía que me moría. Iba a morirme.
De repente, recordé las palabras que me había dicho Gabriella.
" Todo es una ilusión" me dije a mí misma " No es real".
Y fue en ese momento cuando lo sentí. El escudo, extendiéndose por mi mente. Bloqueando la fuerza oscura que intentaba entrar en mi cabeza.
Solté un suspiro de alivio. Todos mis músculos se relajaron de nuevo y empecé a abrir los ojos poco a poco, adaptándome a la ténue luz de la habitación. Me topé con las miradas de Gabriella y Eren, una, me dirigía una cálida sonrisa, mientras que la otra fruncía el ceño.
-Ha tardado demasiado.- gruñó Eren.
-Es su primera vez.- replicó Gabriella- Con el tiempo conseguirá hacerlo más rápido.
Me levanté de la silla tambaleándome levemente, de manera que estuve apunto de caer.
-¿Qué tal te encuentras?- me preguntó Gabriella amablemente, mientras me ofrecía una mano para que me apoyara en ella.
-Estoy algo mareada, pero por lo demás, me encuentro bastante bien.- dije, mientras aceptaba su mano.- ¿Y ahora qué vamos a hacer?
-Gabriella y yo tenemos que practicar lanzamiento de cuchillos, podrías ser la diana.- respondió Eren, sonriendo maliciosamente.
Rodé los ojos ignorando su contestación.
-Creo que con esto es bastante por hoy.- dijo Gabriella, dirigiéndole una rápida mirada de reproche a Eren- deberías descansar un rato.
Pensé en protestar, diciendo que me encontraba en perfecto estado, y que podía seguir entrenando, pero entonces recordé que había algo que llevaba rondando en mi cabeza durante todo el día, y quería hablar con Erick, por lo que ese tiempo libre no me venía del todo mal.
-Vale, gracias.- respondí, dirigiéndome hacia la puerta.- Entonces, nos vemos mañana a la misma hora, ¿no?
Gabriella asintió con la cabeza, haciéndome un gesto con la mano como despedida.
Finalmente, salí de la sala de entrenamiento.
Anduve por los corredores del refugio mirando en cada una de las habitaciones con las que me topaba, hasta que di con Erick, que se encontraba en el salón principal, charlando con dos chicas a las que no conocía. Me sorprendí a mí misma, dándome cuenta de que estaba celosa de que esas chicas estuvieran hablando con él en vez de yo.
Entré tímidamente a la sala, pensando en como llamar la atención de Erick sin tener que interrumpir su conversación. Pero, no hizo falta que hiciera nada, ya que este, nada más verme, se despidió de las dos chicas y avanzó hacia mí, clavando su brillante mirada de ojos azules en mí, mientras formaba una pequeña sonrisa en su rostro.
-Lena, ¿qué tal tu primer día de entrenamiento?- preguntó con amabilidad.
-No ha estado nada mal.- respondí- Eren es algo borde, pero Gabriella es muy agradable.
-No te preocupes, Eren es borde con todo el mundo.- dijo el ángel- No entiendo como Gabriella soporta estar tanto tiempo con ella.
-Erick yo... Quería hablar de una cosa contigo, pero, si no te importa que vayamos a otro sitio más...Privado.- murmuré.
Los ojos de Erick se iluminaron, mientras asentía con la cabeza, algo sorprendido.
Le hice un gesto para que me siguiera, y lo guié hasta la pequeña habitación que me habían asignado en el refugio. Una vez dentro, cerré la puerta tras de mí y me senté en una de las sillas de madera que había en la habitación, mientras que Erick se apoyó en la pared.
-Lena, sé que esto no tiene nada que ver, pero el traje de entrenamiento te sienta realmente bien.- comentó el ángel, sin apartar su mirada de ojos azules de mí.
Sentí como la sangre subía a mis mejillas, provocando que un pequeño rubor se formara en estas.
-Gracias...- murmuré tímidamente.
Pasamos unos pequeños instantes en silencio, hasta que decidí que era hora de contarle la razón por la que lo había llamado.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Capítulo 12, primera parte

CAPÍTULO 12 PRIMERA PARTE
De repente todo el hermoso paisaje se tiñó de un color rojo sangre.
El ángel de alas de fuego que había estado sujetando al "no Erick" se encontraba alzado en el aire, con las alas abiertas de par en par. Su rostro se había vuelto totalmente negro,y, donde deberían haber estado los ojos, se encontraban dos pozos que parecían no tener fin.
Me miró, mostrando una malvada sonrisa, y su tamaño empezó a aumentar, hasta hacerse el triple de grande que yo.
Su voz grave retumbaba por toda la sala repitiendo una y otra vez las mismas tres palabras.
"Abre tus alas"
Me tapé los oídos con las manos, haciendo terribles esfuerzos por que el doloroso sonido de su voz, no se colara por mis oídos, pero nada de lo que hiciera parecía funcionar. Sentía que mi cabeza estallaría en cualquier momento.
" Abre tus alas. Abre tus alas. Abre tus alas"
-¡NO!- grité con fuerza, mientras me desplomaba de rodillas en el suelo que estaba bañado de sangre- ¡ NO LAS PIENSO ABRIR!
Pero aquella voz no cesaba.
"Abre tus alas. Abre tus alas. Abre tus alas". Una y otra vez la misma frase se repetía en mi cabeza.
Entonces, justo cuando pensaba llegaría mi fin, una voz conocida empezó a llamarme.
" Lena. ¡¿Lena que narices te pasa?!"
-¿Erick?- pregunté con la voz entrecortada, haciendo acopio de la poca energía que me quedaba.
De repente mi visión se empezó a clarear, y capté un destello amarillento.
-James...- susurré.
Noté como este abría los ojos sorprendido. Y sus labios se empezaban a curvar hacia arriba, formando una débil sonrisa. Advertí en que en su mejilla izquierda, se formaba un pequeño hoyuelo.
Alcé la mano temblorosa y la llevé hacia su hoyuelo, dejando una pequeña caricia en él.
Mientras tanto, James me contemplaba sorprendido, alzando una ceja.
-Eres un tipo muy rarito, ¿sabes? En vez de tener dos hoyuelos solo tienes uno.- susurré, algo mareada.
Noté como James empezaba a zarandearme y a decirme algo que mis oídos no llegaron a captar, ya que la oscuridad se volvió a apiadar de mi ser de nuevo.
***
-Y entonces empezó a decirme que era raro porque solo tenía un hoyuelo, hablaba como si la hubieran drogado.-
-Eso solo puede significar una cosa. Nuestros temores se han cumplido. Los Hartn se han unido a Miguel y Amirón.-
-Podríamos buscarnos más aliados, quizás los Yark...-
-Ya conoces como son los Yark. Espíritus libres, no se unirán a nosotros. Y menos, después de que mataras a uno de los suyos. -¡Ese Yark estaba de parte de Miguel! Me vi obligado ha hacerlo.-
Empecé a parpadear acostumbrándome a la luz. Conforme me despertaba, el dolor que se había apiadado de mi cuerpo empezaba a desaparecer poco a poco.
-¡Eh! ¡Mirar!- dijo una voz femenina.- ¡Se está despertando!
Me incorporé en la cama, apoyando mi espalda contra la pared. En cuanto me di cuenta, me encontraba rodeada de personas que me contemplaban como si fuera una reliquia única en el mundo.
Agradecí las presencias de Erick y James junto a mí. El ángel por un lado, que parecía brillar con luz propia, me contemplaba con esos ojos azules cargados de felicidad. Por otro lado, el demonio me dirigía su habitual mirada electrizante de ojos amarillos, mientras el espeso cabello negro le caía despeinado sobre los ojos.
A pesar de lo muy diferentes que eran, cada uno era hermoso a su manera.
El resto de rostros que me contemplaban eran desconocidos. Me empezaba a incomodar aquel silencio que se había apiadado de la sala, por lo que carraspeé, recorriendo mi mirada por todos los presentes.
-¡Lena! ¡Querida!- dijo un hombre gordito de mirada alegre, mientras se aproximaba alrededor de mi cama junto al resto de desconocidos- ¡No tiene ni idea de las ganas que tenía de conocerla! Yo era un gran amigo de su padre, él era un buen hombre.- su voz se tiñó de tristeza durante unos segundos- ¡Es increíble lo mucho que se parece a él! La misma cabecera dorada, tez pálida...
-Y los ojos de su madre.- añadió uno de los hombres alrededor de mi cama.
Mis ojos se cruzaron durante un segundo con su oscura mirada de ojos verdes que me contemplaban con aparente curiosidad. Y me sorprendí a mi misma, al darme cuenta de que lo había identificado rápidamente como un demonio.
Empezaba a saber diferenciar entre ángeles y demonios.
-Mi nombre es Wen, era primo de su madre.- se presentó este, dejando un cortés beso en mi mano- El señor Heliah y yo nos encargamos de la dirección de la APU. Por lo que sé, los señoritos James y Erick, ya le han puesto al corriente de esta asociación.
Asentí con la cabeza rápidamente.
-De las pocas cosas que han hecho bien...- comentó una voz masculina con sorna.
Noté como Erick le dirigía una mirada de advertencia a James, que este pareció ignorar.
-No empecéis otra vez...- murmuró Erick.
Pero ya era demasiado tarde, James había abandonado su sito junto a mí, y ahora se encontraba frente a un joven ángel bastante apuesto, que le devolvía la mirada con una sonrisa triunfante en su rostro.
-Te recuerdo, ángel de pacotilla, que a ti te rechazaron para hacer esta misión, mientras que a nosotros nos la encomendaron directamente. A si que, para la próxima vez, guárdate aquellos comentarios que consideres medianamente sarcásticos, porque, para sarcasmos, ya son suficientes los míos, ¿entendido?-
La sonrisa de triunfo se borró enseguida del rostro del ángel, que ahora estaba totalmente rojo de ira. Abrió la boca para contestar, pero al rato la cerró.
James, se cruzó de brazos y le dirigió su mirada de "soy mejor que tú y lo sabes". Entonces, una de las chicas que había estado estado contemplándome, se levantó y se aproximó a James mientras lo rodeaba por la cintura y le susurraba algo al oído. Este giró la cabeza hacia la chica y le besó en la clavícula y seguidamente en los labios, mientras esta soltaba risitas tontas.
Aparté la mirada algo furiosa y me di cuenta de que Heliah y Wen me habían estado hablando, y yo apenas les había hecho caso.
Estos me miraban, como esperando a que respondiera a algo.
-Perdonad, aún sigo algo adormilada, ¿os importaría repetirme la pregunta?- dije, mientras mis mejillas se teñían de rojo, algo avergonzada.
-Simplemente nos preguntábamos, si usted sabía porque Miguel no había encargado matarla en cuanto estuvo en sus dominios.- respondió el alegre hombre llamado Heliah.
-¡Sí!- dije, tras pensarlo durante unos segundos- Mencionaron algo de que Miguel necesitaba una pluma de mis alas, pero no me dijeron para que.
-Interesante...- murmuró Wen, quien parecía estar sumido en sus propios pensamientos.- Entonces, supongo que... Le obligaron a sacar sus alas, ¿me equivoco?
Mi rostro se ensombreció al recordar la dura tortura a la que había estado sometida, el dolor de sentir todo mi cuerpo sangrar y el fuerte crujido de los huesos mientras aumentaba el nivel de tortura.
Noté como Erick dejaba un suave apretón en mi mano dándome ánimos.
-No es necesario que continúes si no quieres...-murmuró este, de manera que solo yo lo llegué a oír.
-Me torturaron.-respondí tras unos minutos en silencio- Cada vez que el demonio me miraba, sentía como si me se me estuvieran rompiendo todos los huesos del cuerpo y mi cabeza fuera a estallar en mil pedazos.- expliqué, mientras hacía acopio de todas mis fuerzas para no echarme a llorar- Entonces, se dieron cuenta que las torturas no funcionaban conmigo, que, por mucho daño que me hicieran, no iban a conseguir que las sacara. Por lo que decidieron probar otra cosa.
Wen y Heliah se miraron dirigieron una mirada de entendimiento entre sí y seguidamente, volvieron a clavar sus ojos en mí, rogándome con la mirada que continuara.
-Me dieron una sopa. Estaba hambrienta, a si que no pensé en la cantidad de cosas que podía llevar dentro. Fui una estúpida.- dije, bajando la mirada avergonzada- Al beberla hubo unos momentos de oscuridad, y sentía como mis párpados se hacían más y más pesados. Una vez se cerraron, me teletransporté a un lugar. Al principio no sabía donde estaba, pero al cabo de un tiempo caí en cuenta de que me encontraba en el palacio de mis padres adoptivos,en Northreach.- mientras contaba mi historia advertí en que James, había abandonado a aquella chica y ahora me escuchaba con aparente curiosidad, mirándome fijamente con sus ojos amarillos- Fue raro. Me encontré con mis padres adoptivos, y de repente, una especie de ángel de alas de fuego apareció y los alzó en el aire, mientras amenazaba con matarlos.- decidí cambiar aquella parte de mi historia, por suerte, era buena actriz y nadie advirtió en ello- Sentía como algo poderoso empezaba a formarse en mi espalda, una especie de torrente de energía dorada. Los gritos de mis padres iban en aumento y estaba desesperada, ya que quería sacar mis alas para salvarlos. Pero entonces me acordé de que todo era una ilusión, y la energía desapareció.
Wen frunció el ceño y se acarició la espesa barba castaña.
-Seguro que fue obra de los Hartn.- masculló, mientras andaba de un lado a otro de la habitación con aparente nerviosismo- Una de sus pociones de ilusión.
-Al ver que las torturas no funcionaban, tocaron el punto débil de cualquier persona: un ser querido. Torturaron a tus padres para que vieras, que la única manera de salvarlos era sacando tus alas. Un plan muy astuto.- añadió Heliah, pensativo.
Seguidamente todos empezaron a hablar entre ellos. Sentía como cada una de sus voces retumbaba en mi cabeza. Apreté los dientes y decidí abandonar la sala murmurando que necesitaba salir a despejarme, pero nadie pareció advertir en que me había ido.
Anduve por los corredores durante un rato. Gotas de sudor resbalaban por mi frente y sentía de nuevo, un rastro de aquel dolor que había sufrido en la cabeza anteriormente. Recorrí con la mirada las puertas del pasillo, intentando encontrar el baño. Un poco de agua fría me vendría bastante bien en esos momentos.
Entonces escuché unas pisadas provenientes de detrás.
-¿Por qué mentiste?- susurró James a mis espaldas.
La cercanía de su voz hizo que me sobresaltara. Decidí ignorar su pregunta y continué andando a un paso más acelerado, por el pasillo. Sentí como me agarraba del brazo impidiéndome continuar y se colocaba frente a mí. Este, me alzó la barbilla, obligándome a mirarle a los ojos.
-Soy un joven curioso. Siempre que hago preguntas me gusta que me las respondan.- dijo mirándome fijamente.
-Pues además de curioso, eres un idiota. No mentí.- le espeté, provocando que este curvara sus labios formando una sonrisa.
Dio un pasó más hacia mí, y empezó a juguetear con un pequeño tirabuzón que se me formaba en un mechón de pelo.
-Haz el favor de tragarte tu orgullo y ahorrémosnos la parte en la que me dices que tú nunca mentirías en algo así y blah blah blah.- rodó los ojos.
-¿Cómo sabes que estaba mintiendo?- le pregunté, tras unos instantes en silencio- ¿Los demás también lo saben?
Este negó con la cabeza respondiendo a mi última pregunta.
-Solo yo. Todos los demonios tenemos una costumbre propia que hacemos sin darnos cuenta, cuando mentimos a alguien. Ellos nunca te habían visto mentir, pero yo sí, y más de una vez.- explicó- Por eso me di cuenta de que, cada vez que mientes te metes un mechón de pelo detrás de la oreja.
-¿Cuál es tu costumbre cuando mientes?-
Este sonrió, mientras soltaba el tirabuzón con el que había estado jugueteando.
-No tendría gracia si te lo dijera, ¿no crees?- alzó su mano y empezó a acariciarme la mejilla- No te creas que no sé que me estás preguntando todo esto para evitar responder a mi pregunta.- añadió.
Me encogí de hombros.
-Tenía que intentarlo.-
-Ahora enserio Lena.- dijo este, poniéndose serio de golpe- ¿Por qué mentiste?
Me mantuve durante unos largos instantes en silencio, recapacitando que responder. No tenía escapatoria, me encontraba en un callejón sin salida.
-No mentí. Simplemente... Modifiqué algunas cosas. Pero aún así, la historia general es la misma.- dije, escogiendo mis palabras con cuidado.
Si algo tenía claro es que nadie iba a enterarse de lo ocurrido con Erick en mi ilusión. Y menos el idiota engreído de James.
Este frunció el ceño ante mi respuesta y se cruzó de brazos.
-Bien. Si no piensas decírmelo, tendré que sacártelo de alguna manera.- dijo, clavando sus ojos en mí.
Su mirada se empezó a oscurecer, justo de la misma manera en que lo hizo la del demonio que me había torturado. Recordar al demonio hizo que el terror se apiadara de todo mi ser y me alejé de James asustada, dando un paso hacia atrás que provocó que cayera al suelo.
Este se arrodilló junto a mí preocupado, y me ofreció una mano para ayudarme a que me levantara. Pero la rechacé, retrocediendo en el suelo, hasta que mi espalda chocó contra la pared.
Notaba el acelerado latir de mi corazón y mi respiración agitada. Recuerdos de la dolorosa tortura se formaban en mi cabeza. La oscura mirada del demonio en mí. Mi rostro, lleno de lágrimas a causa del sufrimiento. La sangre, descendiendo por todo mi cuerpo.
Hundí la cara en mis manos, mientras empezaban a formarse pequeñas lágrimas en mis ojos.
Entonces sentí como James se sentaba a mi lado y apartaba las manos de mi cara con delicadeza.
Sus ojos amarillos brillaban como nunca antes los había visto. Acarició mi mejilla, secando las lágrimas que resbalaban por ella.
-Joder... Lena... No me hagas esto, por favor...- susurró, mientras me atraía hacia él.
Hundí la cabeza en su pecho, dejando que él me acariciara el pelo.
-Cuando me miraste... Tú... Me...Me recordaste al demonio que me torturó.- tartamudeé- No sé que me pasa...
Este me alzó la barbilla, obligándome a mirarle a los ojos.
-Lena... Yo jamás te haría daño.- dijo, sin apartar su mirada amarillenta de mí- Que Lucifer me torture eternamente si alguna vez oso dañarte de cualquier forma.
Sentía como mi respiración empezaba a tomar su habitual ritmo. James se levantó del suelo y me ofreció una mano cortésmente para que me levantara yo también.
Caminamos en silencio durante unos segundos, hasta que no pude aguantarme la pregunta que llevaba rondando en mi cabeza toda la tarde.
-James...-murmuré tímidamente, haciendo que este girara la cabeza para mirarme- ¿Tú y Janissa...?- le pregunté, refiriéndome a la demonia con la que se había besado.
Este al oír mi pregunta se echó a reír. Yo lo miraba con el ceño fruncido, sin comprender su extraña reacción.
-Si era eso lo que te preocupaba, ya puedes estar contenta. Soy un espíritu libre.- dijo, guiñándome un ojo.
Rodé los ojos decidiendo ignorar su contestación. Casi se me había olvidado lo muy idiota que era.


sábado, 23 de noviembre de 2013

Capítulo 11, segunda parte

CAPÍTULO 11, SEGUNDA PARTE
Sentí como una luz blanca bastante molesta impactaba contra mis parpados cerrados. La oscuridad a la que había estado sumida durante horas que se me hicieron interminables desapareció.
Me ladeé hacia un lado, intentando así evitar aquella luz tan insoportable. Pero nada de lo que hiciera parecía funcionar, ya que esta seguía ahí.
Solté un gruñido y empecé a abrir los ojos lentamente.
-Emily ya es suficiente.- dijo una voz grave familiar- Ya se está despertando.
La intensidad de la luz empezó a disminuir hasta hacerse soportable, lo que hizo que al fin pudiera abrir los ojos.
La primera imagen que capté fue la de los tres ángeles y los dos demonios mirándome fijamente. Emily estaba más cerca que los demás, y un destello de aquella luz blanca tan molesta asomaba por su espalda.
-¿Otra vez vosotros?- gruñí, mientras me dejaba caer en la cama de nuevo.
El demonio sonrió con superioridad.
-Buenos días bella durmiente.- dijo en tono burlón.
-¡Quieres dejar de llamarme así!- gruñí, mientras me tapaba los oídos con la almohada.
A pesar de que toda la sala estaba en silencio, aún quedaban en mi cabeza, rastros del terrible dolor de ayer.
-Cuando no te quedes inconsciente cada vez que recibas una pequeña tortura dejaré de llamarte así.- replicó el demonio.
-¿¡Pequeña tortura?!- grité, mientras me levantaba de la cama y me encaraba al demonio- ¡Casi me matas! ¡De pequeña tortura nada!
De repente Emily entró en la sala con un humeante plato de sopa en las manos. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había ido.
El olor de la comida se coló por mis fosas nasales, haciendo que la boca se me hiciera agua.
Emily se acercó a mí y me tendió el plato de sopa.
-Supuse que estarías hambrienta.- se explicó al ver mi expresión de sorpresa- No podemos dejar que te mueras de hambre, te necesitamos viva.
En el momento en el que el plato cayó en mis manos prové una cucharada con ansiedad. En cuanto la sopa chocó contra mi lengua noté un sabor extraño, con un toque picante.
Estaba tan hambrienta que no había pensado en la multitud de cosas que podrían haberle hecho a esa sopa.
-Emily... ¿Qué...qué le pasa a la sopa?- tartamudeé, mientras mis parpados empezaban a caer con intención de cerrarse.
-¿¡Emily?!- grité desesperadamente. Oía mi voz extrañamente lejana, como un eco que se repetía constantemente en mi cabeza.
Risas fue lo último que escuché, antes de que mis ojos se cerraran finalmente.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Caí de golpe contra el suelo, provocando que una mueca de dolor se formara en mi rostro.
Examiné la sala en la que me encontraba. Era una habitación bastante amplia, de paredes de un tono rosa claro. Una cama se alzaba en el centro, un hermoso cabezal de madera la decoraba, dándole un toque elegante. Había altas estanterías repletas de libros y preciosos cuadros decorando las paredes. Aquella habitación se me hacía muy familiar, pero no acababa de recordar el porque.
De repente, advertí en que alguien acababa de tocar suavemente en la puerta, y una figura bajita entró en la habitación. Era Yian, la cocinera.
Ya entendía porque me sonaba tanto aquel lugar, ¡estaba en mi habitación del lugar en el que me había criado!
Yian me dedicó su habitual sonrisa alegre mientras se limpiaba las manos en su característico delantal de flores.
-Señorita, hay un apuesto joven preguntando por usted en la entrada.- dijo, mientras desaparecía por la puerta antes de que pudiera preguntarle quien era.
Me eché un pequeño vistazo en el espejo antes de bajar. El vestido rojo que había estado repleto de sangre la última vez que lo vi, ahora estaba totalmente limpio. Ninguna parte de mi cuerpo mostraba rastro alguno de la tortura a la que había sido sometida.
Estaba confusa, ya que no tenía ni idea de porque estaba allí, pero aún así, tenía mucha curiosidad por saber quien me llamaba, por lo que bajé al recibidor del castillo.
Me encontré a mis padres hablando en el salón. Bueno, mis padres adoptivos. Estos alzaron la cabeza en cuanto pasé por su lado, dedicándome una alegre sonrisa. Me detuve un momento en el salón, contemplándolos.
Todo parecía tan... Perfecto. Justo tal y como era mi vida antes de enterarme de quienes eran mis padres. Antes de saber, quien era yo realmente. Pero, ahora esa vida se me hacía lejana, y, de hecho, no la echaba de menos.
Llegué al recibidor y, mi sorpresa no pudo ser más grande cuando un par de ojos azules se posó en mí.
Si Erick ya era hermoso de por sí, hoy, vestido con un atuendo propio de un príncipe de cuento, lo estaba incluso más.
Su pelo estaba revuelto a causa del viento, y relucía bajo la luz del sol.
Este se acercó a mí con una amplia sonrisa y tomó mi mano, mientras dejaba un pequeño beso en ella.
-Estás hermosa.- dijo, sin apartar los ojos de mí.
Sentí como la sangre me subía a las mejillas, dejando un intenso rubor en estas.
-Gra...Gracias.- tartamudeé.
Este entrelazó su mano con la mía, mientras me guiaba fuera del castillo.
-No quiero que nos pasemos toda la tarde en el recibidor de tu castillo.- comentó, dejando una suave caricia en mi mano.
El rubor de mis mejillas aumentó. Era la primera vez que él me tocaba así.
-¿A dónde vamos?- le conseguí preguntar, tras estar unos segundos sin saber que decir.
Este giró la cabeza para mirarme, mostrando, una vez más, esa hermosa sonrisa suya, que hacía que sus mejillas adquirieran ese tono rosado tan adorable. Sacó algo de su bolsillo. Era un pañuelo. Y empezó a atármelo en los ojos. Pensé en quitármelo, pero era sumamente agradable el ligero roce de sus manos en mi piel mientras me lo colocaba.
-Quiero que sea una sorpresa.- susurró. El roce de sus labios en mi oreja hizo que todo mi cuerpo se estremeciera levemente.
Avancé unos pasos hacia delante, tropezando con una roca del suelo. Me habría caído si un par de fuertes brazos no me hubieran sujetado por la cintura antes de que esto pasase. Sentía como si un zoológico entero corriera a grandes zancadas por mi estómago, y mis mejillas enrojecieron a más no poder.
Si solo tocándome provocaba un huracán de sentimientos en mí, ¿qué pasaría si me besaba? Probablemente explotaría.
Quité esos pensamientos de mi mente.
" Ni que él fuera a besarme..." pensé, sin poder ocultar mi desilusión.
Sus manos se posaron en mi cintura con delicadeza, guiándome en la oscuridad.
-Te tendré agarrada para que no te caigas.- susurró, dejando una suave caricia en mi mejilla.
Sin verlo, podía notar la presencia de su cuerpo a mis espaldas. De vez en cuando la tela de su camisa chocaba contra mi espalda, provocando un leve estremecimiento por mi parte.
Después de unos minutos así, Erick se detuvo y quitó sus manos de mi cintura. Escuché como me rodeaba hasta ponerse justo enfrente mía. Sentía su aliento en mi cara mientras me desataba el pañuelo que me tapaba los ojos con delicadeza. Finalmente me lo quitó.
Después de tanto tiempo a oscuras, mis ojos agradecieron la visión del hermoso océano que eran los ojos de Erick. En cuanto mi mirada se cruzó con la de él, este sonrió, mientras sus ojos adquirían ese brillo tan especial.
Se apartó de mí, dándome una visión más amplia del lugar en el que estábamos.
Un enorme lago se situaba frente a nosotros, este estaba rodeado por altos pinos y algún que otro robusto roble. De vez en cuando se veían pequeños animales como conejos y ardillas revolotear de un lado al otro del llano.
Pero, lo que sin duda más me llamó la atención fueron las flores, que brillaban a más no poder bajo los potentes rayos del sol.
Yo me limitaba a contemplar el paisaje con la boca abierta, mirando de un lado a otro sin saber que decir.
Sentí como Erick entrelazaba sus dedos con los míos y dejaba un suave apretón en mi mano, llamando mi atención.
-Entonces... ¿Qué te parece?- preguntó pasándose una mano por el brillante pelo castaño.
Me quedé unos segundos sin habla, buscando las palabras adecuadas, pero estas no llegaban a mí, ya que ningún adjetivo me parecía lo suficientemente bueno para describir aquel lugar.
-Erick... Esto es... Hermoso.- respondí al fin, mientras me acercaba a aquellas flores tan brillantes.
Sentí su presencia a mis espaldas, mientras alargaba la mano para arrancar una de las flores. Se colocó frente a mí y posó la flor tras mi oreja, apartando mi largo cabello hacia un lado.
-Tú eres mucho más hermosa.- susurró haciendo que se me erizaran los pelos de la nuca.
Mi corazón empezó a latir con tal fuerza, que temí que se me saliera del pecho.
Él, a su vez, dio un paso más hacia mí, haciendo que la poca distancia que nos había separado hace unos segundos desapareciera.
Inclinó la cabeza, de manera que pensé que me iba a besar, pero sus labios aterrizaron en mi clavícula, dejando pequeños besos en ella. No pude evitar que de mi boca saliera un débil gemido en cuanto sus labios rozaron mi piel.
-Lena... Eres tan suave...- susurró con voz ronca mientras acariciaba mi clavícula con sus labios.
Aquello ya fue demasiado para mí, mi cuerpo empezó a experimentar sentimientos tan fuertes, que, pensé seriamente en si mi estómago explotaría.
Seguidamente sus besos empezaron a subir por mi cuello y sus brazos rodearon mi cintura, consiguiendo que mi cuerpo se pegara contra el suyo.
Rodeé mis brazos en su cuello y hundí mis dedos en su suave cabello castaño, mientras dejaba que él me besara.
Sus besos empezaron a subir, hasta que, finalmente llegaron a mi boca.
Sentía como si el mundo entero hubiera desaparecido y solo existiéramos él y yo. No pensé en lo que estaba haciendo. Ni en la manera misteriosa en la que había aparecido de repente en mi antiguo hogar. Simplemente lo besaba, entregándole toda mi alma.
Tuvimos que detenernos un momento para coger aire, momento que él aprovechó para pasar sus manos por debajo de mis piernas consiguiendo levantarme con facilidad. Le dediqué una pequeña risita, mientras echaba mis brazos a su cuello, apoyando mi cabeza contra su pecho.
Olía a lavanda.
El cuerpo de Erick empezó a envolverse en esa luz blanca cegadora tan molesta. Una vez desapareció, abrí los ojos, topándome con unas hermosas alas blancas que resplandecían bajo los rayos del sol.
Una pequeña pluma me acarició la mejilla, provocando que la sonrisa en mi rostro se ensanchara.
Alcé mi mano con intención de tocar las alas, pero antes, miré a Erick, como pidiéndole permiso. Este, asintió con la cabeza. Mi brazo continuó su trayectoria hacia sus alas, en cuanto mis manos rozaron una de sus plumas, noté como el cuerpo de Erick, se estremecía. Estuve durante unos minutos acariciando sus alas, haciendo que a Erick se le escapara un pequeño gemido que me hizo reír.
Entonces, empezó a batir sus alas, y nos alzamos del suelo. Me agarré con más fuerza a su cuello, mientras hundía la cabeza en su pecho.
-Tranquila.- susurró él en mi oreja- Yo nunca te dejaría caer.
El temor que había experimentado durante el despegue, se calmó en cuanto se estabilizó más el vuelo. Erick me llevaba de un lado a otro del gran bosque, explicándome el nombre de cada tipo de planta que nos encontrábamos.
Me sorprendió a mí misma lo mucho que me gustaba volar. Aquella sensación de libertad, el aire frío contra mi cara y el hermoso paisaje a mis pies. Todo era perfecto.
Tras un buen rato volando, Erick decidió que era hora de descansar, y aterrizó justo en el mismo lugar en el que habíamos despegado.
Una parte de mí se puso realmente triste en cuanto mis pies tocaron el suelo. Quería seguir volando. Pero no podía obligar a Erick a cargar conmigo todo el rato, eso sería muy egoísta por mi parte.
Entonces, el cielo que, hasta hace un segundo había estado despejado, se oscureció de golpe. Detecté una sombra moviéndose entre los árboles y, juraría haber visto que el arbusto donde se encontraban las hermosas flores se había movido, y no a causa del aire, precisamente.
Busqué la mano de Erick junto a mí, el calor de su cuerpo siempre hacia que me sintiera segura. Pero mis manos solo aferraron aire. Me giré y el corazón empezó a latirme con fuerza al ver que este, no estaba junto a mí.
-¿Buscas esto, mestiza?- dijo una voz grave.
Alcé la mirada al cielo, y de mi boca escapó un grito de horror. Un hombre de alas de fuego se suspendía en el aire, agarrando a Erick , del cuello, quien tenía el rostro totalmente rojo y la frente empapada de sudor. Lo peor de todo, era que aquel hombre no tenía rostro. Su cara era toda blanca, sin rastro de ojos, nariz o boca.
- ¡Erick!- grité, mientras mi cabeza empezaba a idear planes para llegar hasta él.
-A que esperas, ¡ven a por él!- dijo el hombre.
Este miró a Erick, quien empezó a sacudirse y soltó un grito de dolor que consiguió que mi corazón se hiciera trizas, como si fuera yo a la que estuvieran torturando.
Erick volvió la cabeza hacia mí, mirándome con sus hermosos ojos azules, los cuales estaban llenos de sufrimiento.
-Lena... Ayúdame...- dijo con dificultad.
Un torrente de energía se adueñó de todo mi cuerpo, mientras una luz dorada empezaba a formarse a mi alrededor.
Sentía una dolorosa opresión justo a la altura de los omóplatos.
" A la altura de las alas" pensé.
Mis alas querían salir. Erick me había pedido ayuda, y yo quería ayudarlo.
Pero entonces un pensamiento me detuvo antes de que pudiera dejarlas salir. ¿Desde cuándo Erick me pedía ayuda?
Lo conocía lo suficientemente bien para saber que él lo último que haría sería pedirme ayuda, sabiendo que mi vida podría estar en peligro.
La energía que me había invadido durante unos instantes desapareció.
Los gritos de sufrimiento del joven retumbaban en mi cabeza, pero los ignoré por completo.

Estaba convencida de una cosa, aquel chico de ojos azules al que había besado no era Erick.